domingo, 25 de julio de 2010

"La crisis ninja", de Leopoldo Abadía

La crisis económica que azota a España ha sido objeto de numerosos análisis. En este libro, su autor intenta explicarnos como se ha originado esta debacle económica que afecta también al resto del mundo. Si hablamos en términos económicos se llama ninja a aquella persona que no tiene una fuente de ingresos (sueldos, rentas, etc..), ni trabajo ni activos (propiedades con un cierto valor como joyas, terrenos o viviendas). De hecho, ese nombre proviene de la abreviatura en inglés "No Income, No Job, no Assets".

El préstamo de dinero es algo absolutamente fundamental en economía. Los préstamos más típicos en España son los préstamos personales y los hipotecarios. En cualquiera de los dos casos, el préstamista pide lo que se llama un interés, es decir un beneficio adicional expresado en forma de porcentaje, por lo que si una persona pide 10.000 euros no tendrá que devolver dicha cantidad sino una cantidad superior.

Un préstamo personal se le da a una persona que va a destinar el dinero a alguna cosa pequeña que el banco no puede quedarse (o simplemente no le interesa demasiado). Normalmente, los coches suelen comprarse por medio de esta clase de préstamos. Un banco o empresa financiera evalúa el riesgo de que la persona no pague comprobando su sueldo y si tiene historial de facturas impagadas. Si el banco cree que la persona tiene capacidad para devolver el dinero y los intereses le concede el préstamo y esperará a que la persona pague dicho préstamo..

Por el contrario los préstamos hipotecarios se basan en la compra de algo que el banco sí puede utilizar como garantía. Estos préstamos se suelen usar para comprar terrenos, solares y sobre todo viviendas. Si el prestatario no puede pagar, el banco embarga el bien, lo vende y si con la venta recupera el dinero, la deuda queda cancelada, aunque en el proceso la persona puede haber perdido todos los pagos mensuales (cuotas) que ya hubiera hecho. Antes de hacer un préstamo hipotecario, el banco también evalúa el riesgo de impago de la persona y calcula el valor de la finca o casa. Lo más normal es que el banco no dé a la persona el 100% del dinero que cuesta, sino el 80% o como mucho el 90%. Con ello, el banco intenta asegurarse de que la persona arriesgue algo, aunque solo sea una parte.

Tradicionalmente los bancos que prestaban dinero solían esperar a que los clientes devolviesen el dinero. Sin embargo, hace algunos años la cosa cambió. Los bancos tomaban las hipotecas de sus clientes y las revendían a otras personas con lo que se obtenía el beneficio casi al instante y el riesgo de impago lo soportaban las personas que "compraban la hipoteca". Al hacer esto, al banco no le importaba si la persona podía pagar o no, por lo que los cálculos sobre el riesgo de impago simplemente se ignoraban y los bancos empezaron a dar préstamos a todo el mundo, sin importarles si los pagos se realizarían o no.

Dado que conseguir un préstamo era tan sencillo, todo el mundo compró viviendas, lo que hizo que el precio de las mismas se disparara creando solo una sensación de riqueza (aunque alguien comprara algo muy caro, era fácil pensar que al día siguiente costaría aún más caro y podría venderse con beneficios). Además, con el tiempo, todos los bancos empezaron a comprarse hipotecas unos a otros pensando que el precio de las casas nunca bajaría pero por desgracia en 2008 empezó a haber personas que no podían pagar sus préstamos. Al comenzar los impagos, los bancos descubrieron que todas las hipotecas que poseían, propias o compradas, quizá no pudieran pagarse y empezaron a desconfiar mucho más, provocando que las personas no pudieran acceder al crédito e incluso desconfiando entre las propias entidades financieras. Al no dar préstamos a nadie, se impedía el acceso a un recurso básico para la economía y todo el sistema económico mundial empezó a tambalearse provocando una terrible sensación de desconfianza, que provocó a su vez despidos, los cuales a su vez provocaban personas que no consumían y así sucesivamente en una espiral de destrucción de la cual aún, en julio de 2009, no se termina de ver el fin.


Leopoldo Abadía no es economista sino ingeniero industrial. Ha aprendido economía de forma autodidacta y este libro es su primer gran éxito. También ha participado en la campaña publicitaria de una conocida empresa petrolífera y en la actualidad vive en Cataluña junto su mujer y sus hijos. En enero publicó otro libro llamado "La hora de los sensatos".

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